lunes, 27 de agosto de 2007

Lacrimae


La niebla condensa gotas de humedad sobre mi rostro.... ¿cómo las distinguiré de mis lágrimas?
tal vez las lágrimas tengan el dulzor de mi sangre, llenas de pequeños átomos de mi cuerpo, fragmentos de todo el dolor que recorre mis venas, de todos los momentos de placer... lágrimas impregnadas de visiones, de recuerdos que se disuelven dentro de mí, viajando lentamente por mi rostro...
la neblinosa humedad adquiere una dimensión de frialdad al acariciar mi piel, acompaña en paralelo a cualquier lágrima que surge inesperada.
No soy más que un hombre en la niebla, como muchos otros, como tantos que lloran en esta sucia ciudad.

domingo, 26 de agosto de 2007

Alma


Hay veces que sabes que ese hueco que notas es real, que existe. No sabes cómo llenarlo, y es posible que no lo quieras llenar con más materia de la que de la que obscuramente participa tu alma.... pero adivinas que falta algo... es como si por el rabillo del ojo, en esa zona donde nunca acabas de adivinar en que punto acaba la percepción real y dónde empieza la percepción de lo imaginario, si no es que toda percepción no está teñida de irrealidad, intuyes una verdad, que al mirarla de frente se nos vuelve huidiza... y sigues sabiendo que falta algo, que esto no puede ser todo lo que hay.... no puede serlo....

viernes, 24 de agosto de 2007

Pecados


A veces, muchas veces pecamos... son pecados ateos, alejados de la religión, ajenos a cualquier dios. Pecamos cuando se nos escapa la vida, cuando dejamos que se escurra como arena fina entre nuestros dedos. Pecamos cuando no somos capaces de enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestros temores... pecamos cuando el tiempo nos impide vivir el tiempo.


Yo he pecado muchas veces... y he deseado el perdón... he deseado la confesión liberadora, el tiempo del verbo redimido...


Algún día seré polvo... fino polvo... oscuro polvo... Pienso en la inmensidad del tiempo en que yo no he sido... y la inmensidad del tiempo en que ya no seré... y no puedo hacer otra cosa que preguntarme, si, de alguna forma, en algún lugar alguien volverá a darle cuerda al mundo, alguien volverá a iniciar el juego, y si yo, polvo redimido volveré a pecar.

martes, 21 de agosto de 2007

Kavafis en la orilla


Hoy he tenido un momento de espontánea felicidad. He ido a pasear al parque fluvial del río Besós. Cuando he llegado, el sol de la tarde caía oblicuo sobre el río, y convertía el agua en una especie de espejo de feria, abombado y ridículo pero con el encanto de los reflejos deformes. La hierba de la orilla olía a recién regada... he paseado un rato y he sentido una sensación de alegría, un chispazo de felicidad... Poco a poco la tarde ha cambiado, las nubes de tormenta se han acercado rápidamente y a lo lejos se veía caer algún que otro rayo... Me he sentado un rato a disfrutar del movimiento de las oscuras nubes que han cubierto todo el cielo ocultando el sol y convirtiendo el paisaje en escenario, hasta que han comenzado a caer negros goterones de lluvia. Durante un rato, he permanecido bajo la lluvia... disfrutando del frescor, de olor de esa lluvia de otoño temprano que aún no es pero que poco a poco se anuncia.

Me he acercado a la orilla, mientras me resbalan lágrimas ajenas por las mejillas y en ese momento he recordado un poema que leí hace muchos años, en la adolescencia... un poema de Kavafis cuyos últimos versos dicen:

La ciudad irá tras ti. Por las calles vagarás,
por las mismas. Y en los mismos barrios envejecerás;
y en estas mismas casas irás empalideciéndote.
Siempre arribarás a esta ciudad. A otra parte -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón reducido, en toda la tierra la destruiste

Y en ese momento, justo en ese momento he pensado que la felicidad, la capacidad de tener esos momentos de irracional felicidad está dentro de nosotros... Muchas veces creemos que los demás nos aportarán lo que nos falta, que nos harán felices, que resolverán nuestra vida, nuestros problemas... pero la ciudad va dentro de nosotros mismos, no sirve de nada buscar otra ciudad, otros amigos... otra pareja, si no somos capaces de crear esos momentos de luz mágica, de conexión con lo que nos rodea.

Es evidente que no es lo mismo compartir ciertas cosas con unas personas u otras, que no conectamos de igual forma con determinadas personas... que el amor nos transfigura.. sí, claro... pero no nos cambia... Lo único que podemos hacer es compartir nuestro cielo o nuestro infierno con los demás.. y sólo nosotros, únicamente nosotros tenemos la llave para superar nuestros miedos y crecer... nadie nos salvará si no nos salvamos nosotros...

El resto, es compartir y ofrecer felicidad o arrastrar a nuestra ciudad arruinada... si sabemos como crearla... no esperemos que nadie lo haga por nosotros...

El mar que nos lleva....


Sentado, en la orilla... observo atentamente las olas... vienen... van... tópicos que siempre surgen cuando estas sentado en la orilla de la playa... Pienso en los tópicos. ¿Qué es un tópico? una expresión trivial muy utilizada... y de alguna forma eso me remite a antigua sabiduría. ¿Por qué utilizamos expresiones ya tan gastadas? Tal vez porque guardan un conocimiento que nunca pierde su valor, tal vez porque nos da miedo enfrentarnos a nuestros propios pensamientos, reescribir de nuevo la realidad, inventar el mundo... ¿y no debería ser eso lo que deberíamos hacer? inventar nuestro propio mundo, con nuestras reglas...
Muchas veces siento que mis sentimientos son como mi mar interior, donde a veces navego plácidamente y otras debo atarme al timón e intentar que la tormenta no me arroje al arrecife...
Esto no deja de ser una metáfora... y no buena, no tan buena como las que usa Murakami... En sus libros uno aprende a disfrutar de sus metáforas... me hace recordar las vacaciones con mi familia, hace muchos años, en Almería... a veces aparcábamos el coche al lado de una higuera, y bajaba mi abuelo, mi abuela, mi padre, mi tía, mi madre... y yo. Se pasaban un buen rato disfrutando de las brevas, de los higos encontrados al azar, en una carretera perdida... así es como yo disfruto de sus metáforas... son esas brevas que me sorprenden al borde de mi camino, me deleito con su sabor, aunque no me pregunto cual es el significado de todo, el sabor de esa metáfora extraña, de ese breve encuentro con un significado sorprendente me descubre que hay una realidad diferente, que en el fondo, escondo algo que todavía no he manifestado ni siquiera a mí mismo... que tal vez Murakami pone voz a lo que yo siento o a lo que me gustaría sentir... la forma en que da color al sufrimiento, al amor... en que lo describe como un sentimiento que hay que ganarse, que no está al alcance de todo el mundo... que hay que merecerlo... me gustaría saber: ¿soy digno de ese tipo de amor?

Hace años, muchos años... un amigo me dijo que cierto tipo de amor te podía convertir en alguien con un secreto... en alguien especial... Me pregunto si toda nuestra vida no es una búsqueda de ese secreto.

¿De cuántas cosas nos vamos desprendiendo en la vida? ¿cuántas cosas perdemos?
Vuelvo a recordar ese tiempo de verano en que mi familia disfrutaba de esos higos, jugosos, oscuros, casi lascivos... y al único que soy incapaz de recordar es a mí mismo, ¿dónde estaba yo mientras ellos hacían caer los higos? ¿por qué no me senté sobre una piedra viendo gozar a mi familia de ese momento, ahora lo sé, único? Ninguno de ellos está ya conmigo... sólo mi madre... y me asalta una duda: ¿qué metáfora podría escribir Murakami sobre los seres que nos abandonan? ¿expresaría mejor que yo mis sentimientos? Es posible, que de alguna forma, ya haya descubierto el secreto del amor...