miércoles, 13 de enero de 2010

...pasos perdidos sobre suelo de colores mojados...

Una cerveza y un vermut. La barra de un bar. La cerveza delante de una mujer joven, ante el vermut un hombre entrado en años, no viejo pero ya en esa estación de tránsito en que se es demasiado mayor para ser joven. No comparten miradas. Ella espera tal vez. Él la mira, la observa atentamente cuando levanta la vista de los dos libros que acaba de comprar poco antes de entrar en el bar. Está inquieta, nerviosa. O tal vez la inquietud habita en la mirada del hombre y no en su actitud. Empieza a rebuscar en su bolso y saca un teléfono móvil. Lee atentamente un mensaje. Se le escapa una lágrima, sólo una. Guarda el teléfono. El camarero le pregunta si quiere otra cerveza, ya ha acabado la que tenía ante sí. Ella, cordialmente, con una amplia sonrisa, le dice que no. Paga su consumición y se marcha, resuelta, decidida.
El hombre que la observa no entiende su cordialidad, su sonrisa, no concuerda con la única lágrima que se le ha escapado al leer el mensaje, ese mensaje que le ha decidido a no esperar más, a marcharse. El hombre también paga su consumición. También rechaza, cordialmente, la proposición del camarero de tomar un segundo vermut. El hombre se marcha, resuelto, decidido a la calle. En la calle llueve, una lluvia escasa que no hace necesario o al menos imprescindible el uso de un paraguas. El hombre piensa en la mujer joven del bar. Recuerda su lágrima y al final se pregunta si esa única lágrima no habría sido producto de su imaginación. Sigue caminando. Sin darse cuenta del gesto seca una única lágrima que escapa de su ojo izquierdo. De nuevo sus pasos se pierden sobre suelo de colores mojados.

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