viernes, 4 de mayo de 2007

Lluvia I

Llueve, llueve como nunca ha llovido en mi lejana tierra, con esa lluvia triste, aterradora, con lágrimas grises que caen sobre un pavimento gris... pero nada es para siempre... y la lluvia cesa, el cielo se cierra y deja de mirarnos a los ojos...
La ciudad desprende una vaharada de vapor, como un animal sudoroso tras la carrera, o tal vez el vapor que desprende el sudor pegajoso del miedo, miedo a desaparecer como la lluvia, de forma repentina, no ser nunca más, nuestra vida como ese charco que poco a poco se deshidrata y muere, fugaz vida la del charco,
¿Y yo? yo no soy, nunca fui, nunca seré... pero también huyo, corro por las calles, los callejones, me pierdo en el interior de esa ciudad húmeda, tierna y horrible, moribunda, con tantas muertes asíncronas, muerte de la piedra, del agua, mi muerte, la muerte de alguien que no es, no fue, no será..
Y la luz, la luz filtrándose, rompiéndose a través del rosetón post-conciliar de esta iglesia, de esta iglesia donde encuentro a faltar las barbas, las cruces colgadas del cuello, las guitarras cantando a ese Dios progre, a ese Dios infantil, Dios de todos somos hermanos y dejad que los niños se acerquen a mí..., la luz acariciando oblicuamente el féretro, oscuro, extrañamente pequeño, absurdamente pequeño, ataúd de niño para un adulto cansado, acabado, muerto...
Los rostros observan, ojos que observan y ojos que no ven, porque ya nada hay que ver para ellos, nunca más
Y yo, que no soy, no fui y no seré...

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